16 nov 2012

Las malvas de mi habitación.

Sus codos cayeron suavemente en la cornisa de aquella azotea, en una mano centraba los últimos suspiros de fuerza en sus dedos intentando sostener aquel cigarrillo mientras que, la otra, jugaba con su pelo y acariciaba con suma precisión su cuello, al ritmo de las estrellas, con su tic-tac. Hacía que el cigarro se consumiera entre sus labios, inspiraba y cerraba los ojos, agachaba su cabeza dejando caer sus lágrimas, esperaba un momento y expulsaba el veneno de sus pulmones mientras erguía su cuello, miraba a las dueñas de la noche y el ritmo, las estrellas, daba las gracias a ellas y a quien la estuviera cuidando. Sonreía por ser inmensa y deliberadamente feliz en el momento que estaba viviendo, en su vida actual y en el lugar donde todo estaba sucediendo.
Solo pedía y pide una cosa y es que ella nunca se marche, es decir, su felicidad, aunque su otra ella tampoco debe marcharse, prende la llama más intensa de esa felicidad.
Cada noche el ritual, el dichoso sueño aparecía después de este, volvía a su cama, en su casa, en la calle de siempre, al lado del bar de siempre, la Alba de siempre, esa que le gusta ser insomne de vez en cuando para encontrarse con el alba, para que le de luz ya que en su habitación no florecen las malvas por la mañana..

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