28 nov 2012

Ojalá pudiera volar


Siempre he tenido un problema para empezar a escribir todas mis entradas y hoy, como hacía años que no me pasaba, no sé como darle forma a todo lo que quiero decir. Es fácil de explicar porque me siento así y es que me está viendo, la estoy viendo y no puedo parar de mirarla.
Me apetecía escribir sobre ella, sobre mi luz, sobre quien forma parte de mi, sobre la flor más bonita, sobre Malva...
Pensándolo bien no debería de haberle dicho que estoy escribiendo sobre ella porque seguro sus expectativas son muy altas y todos sabemos que no estoy a la altura aunque algunos digáis lo contrario. Y pensaréis que quien es Malva, Malva somos las dos pero hoy solo describiré a la mitad, a ella, a ella sin mi y como yo la veo. Ahora mismo no puedo parar de observarla, de ver como parpadea, como descansa su cabeza sobre su mano haciendo por inercia una mueca en su boca, vaya, acaba de cambiar, ahora tiene la boca tapada, pero sigue siendo preciosa. Bueno, a lo que iba...

La mitad de Malva, Ma.
Hay oportunidades en la vida que aparecen y desaparecen sin más, que no nos damos cuenta de que en un futuro serán el significado de la felicidad y cuando miramos atrás recordando esos detalles nos sentimos completamente estúpidos, sí, así me siento. La veía, la veía en fotos, la veía en la calle y no me fijé en ella, no la veía para mi, ¡que equivocada estaba! Me llamaba la atención, en poco, ¿su pelo quizás? pero me faltaba algo, ese algo que te impulsa a lanzarte desde el trampolín sin saber si al final de la caída habrá algo que amortigüe. Ese algo llegó, su movimiento, su expresión, su arte, su sonrisa, su vida, todo en un mismo instante y me deslumbró, me cegó completamente y a ciegas fui hacía ella. No sabía si la piscina estaba llena o vacía, si habría una colchoneta o cientos de almohadas para frenar la caída, o sí solo estaría el frío suelo en el cual, desgraciadamente, me hallaba últimamente.
Días después de haberme lanzado seguía con la misma duda, no sabía si había hecho bien o mal, si mi propia cabeza jugaba o era un impulso en lo más profundo de mi pecho izquierdo hasta que supe, de propia experiencia, que sus labios eran terciopelo. A partir de ahí empecé a conocerla más, sus manías y sus virtudes, su perfección y sus defectos (que no los tiene), sus besos y sus caricias.
Para hablar más de ella diré que no encuentro sensación comparable a despertar dormida junto a ella, o mejor, sobre su pecho. ¿Sus besos? El mejor de los desayunos y sus abrazos el mejor abrigo y eso que no me gusta mucho que me abracen sino abrazar. 
Escribiendo esto me he dado cuenta que, cuanto más pienso en todos sus detalles, más estoy dispuesta a enamorarme así que no voy a hablar de su sonrisa para no caer rendida tan rápidamente.

Es mi luz, mi salvación y, no sé si lo sabe, vuelo gracias a ella. No sé si ella puede volar, sé que le gustaría y es que, si quiere volar,  le daría mis alas o la ataría tan fuerte a mi para ir juntas a cualquier lugar, las alas que ella me ha creado. En todo caso y por defecto, volaríamos en un globo hasta lo más alto, hasta donde nunca ha llegado, incluso podría dejar que fuera sola para que hiciera de esa experiencia algo suyo, algo que dure siempre, lo conseguiría para ella, aunque seamos sinceros, al rato aparecería yo porque no la voy a dejar sola tanto tiempo.
Pero sobretodo, ojalá pudiera volar para llevarla dónde siempre ella ha querido, para que vuele y vuele conmigo.

La quiero.
Por cierto, el secreto de tener alas, de volar, son sus besos...

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